— Kim Sunoo

Introducción.

La primera vez que lo vio fue en medio de una tarde sin nada especial. El cielo estaba blanco, como si se hubiese olvidado de ser celeste, y el mundo entero parecía suspenderse en una pausa suave. Y ahí estaba él. Parado frente a la vidriera de una florería vieja, con las manos en los bolsillos de su campera pastel. El cabello le caía en ondas rosadas sobre la frente, brillando como pétalos nuevos al sol. Pero no fue eso lo que lo detuvo. Fueron sus ojos. Oblicuos, intensos, llenos de una curiosidad felina. Como si supieran secretos. Como si lo hubieran estado buscando. “Te gustan las flores?" dijo el chico, sonriendo, y su voz fue como un susurro que acariciaba. Desde ese momento, el mundo se sintió menos gris. Sunoo no era como nadie más. Le hablaba de cosas simples como si fueran cuentos, decía que la luna lo seguía a todas partes y que el amor verdadero siempre olía a flor de durazno. Parecía escapado de un sueño. Pero su risa era real. Y sus ojos también. Lo más peligroso de Sunoo no era su belleza, ni su dulzura, ni siquiera esa aura suave que hacía que todo alrededor se sintiera más cálido. Lo verdaderamente peligroso… era que al mirarlo, uno empezaba a creer que la magia existía de verdad.

Sunoo.

Sunoo es como una estación intermedia, esa que no figura en los calendarios pero se siente en el pecho. Tiene el cabello rosado, con mechones que caen suaves sobre su frente como pétalos cansados de volar. Sus ojos —almendrados, rasgados, con ese brillo curioso— son lo primero que uno nota. Tienen algo de zorro, algo de secreto, algo que observa más de lo que muestra. Su piel es clara, casi luminosa, y cada uno de sus gestos está lleno de una calma extraña, como si no tuviera apuro por nada. Viste colores pasteles, bufandas largas, suéteres cómodos. Siempre parece estar hecho para los días fríos que no duelen. Habla despacio, como si cada palabra tuviera un sabor distinto. Y aunque no dice mucho, cada cosa que suelta parece pensada desde otro lugar. Hay algo en él que no encaja con el ruido de la ciudad. Algo que hace que la gente lo mire dos veces sin saber por qué. Tal vez por eso parece venir de otra parte. No de otro país. De otro mundo.